El aceite de palma se ha convertido en el aceite vegetal más utilizado del mundo y copa aproximadamente un tercio del consumo global de aceite vegetal. Y aunque puede encontrarse en los lugares más insospechados, desde velas a barras de labios o los tanques de nuestros coches, su uso en la industria alimentaria ha sido el que ha despertado mayor interés gracias a su versatilidad, su bajo precio y a sus propiedades únicas entre los consumidores. Es difícil imaginar que, cuando la palma aceitera llegó a Malasia e Indonesia durante la colonización europea a finales del siglo XIX, fuera vista como poco más que una planta de decoración. Este robusto árbol ya empezaba a ser conocido como ‘palma africana’, debido a que era originaria de África Occidental, pero su aceite se utilizaba entonces principalmente para fabricar jabones o como lubricante de coches. Aunque los africanos había utilizado el aceite de palma durante generaciones para cocinar, los europeos tenían poco interés en utilizar el aceite que se obtenía de sus frutos con fines alimentarios. Nada que ver con la radiografía actual.

En el camino, sin embargo, ha dejado un reguero de impactos sociales y medioambientales Así, según un estudio realizado por el Instituto de Tecnología de Zurich (ETH Zurich), basándose en datos de FAO, entre el 55 y el 59 por ciento de la extensión de aceite de palma plantada en Malasia entre 1990 y 2005 y al menos el 56 por ciento en Indonesia se ubicó en zonas que anteriormente habían sido bosque tropical. La polémica ha sido tal que en 2004 la industria fundó la Mesa Redonda por el Aceite Sostenible (RSPO en sus siglas en inglés), un sello de sostenibilidad que hace unos meses celebró una asamblea general en la que endureció sus estándares para reducir la deforestación. A principios del siglo XX, británicos y holandeses ya empezaron a darse cuenta que la palma aceitera tenía un gran potencial productivo. No en vano es la planta que produce una mayor cantidad de aceite por hectárea. Los colonos abrieron entonces las primeras plantaciones comerciales en el Sudeste Asiático, el primer germen de una gran industria que hoy domina el sector. Así, Malasia e Indonesia producen en la actualidad aproximadamente el 85% del aceite de palma mundial. Por aquellos entonces, el mundo empezaba a rendirse a las grasas hidrogenadas, un proceso que acababa de ser patentado y que permitía solidificar aceites vegetales y producir alternativas baratas a las grasas animales. Sin embargo, pronto estas grasas empezaron a ser relacionadas con problemas coronarios y las dudas entre los consumidores empezaron a crecer.

La recién independizada Malasia supo ver la oportunidad que había en este creciente gusto que los occidentales tenían por las grasas y sabía que tenía la alternativa perfecta: el aceite que daba esa planta ornamental tenía una textura cremosa a temperatura ambiente (a las temperaturas del norte) y no necesitaba ser hidrogenado. Al mismo tiempo, el precio internacional del caucho, la principal materia prima que había definido la economía del Sudeste Asiático hasta entonces, caía en picado. Era el momento de hacer el cambio, por ello, FELDA, la agencia estatal de desarrollo agrario, estableció su primera plantación de aceite de palma en 1961. Poco a poco iría sustituyendo buena parte de las heveas, los árboles que dan el caucho, por palmas aceiteras, al mismo tiempo que atraía a campesinos de zonas deprimidas a las plantaciones como estrategia para aliviar la pobreza. FELDA es hoy el mayor productor de aceite de palma del mundo. El vecino de Malasia, Indonesia, aunque Indonesia tenía las mismas condiciones climáticas idóneas para el aceite de palma, era un archipiélago de más de 17.000 islas con una realidad sociopolítica mucho más compleja, uno de sus principales problemas era la desigual distribución poblacional del país. Así, la isla de Java ha dominado el archipiélago durante generaciones, pero estaba también superpoblada, mientras que muchas regiones apenas tenían habitantes. Aunque los colonos holandeses ya habían comenzado a desplazar a gente de las zonas más pobladas a las menos, y, con el apoyo del Banco Mundial el llamado programa de transmigración que desplazó a casi 4 millones de indonesios. Ambos países tuvieron una estrategia de gran éxito, consiguieron reducir los costes de producción, inundando el mercado con un aceite barato, aunque lo hicieron a costa de una cadena de abusos a comunidades locales y trabajadores, y a la destrucción de buena parte de sus selvas vírgenes. La mala prensa del aceite de palma está, sin embargo, poniendo en riesgo esta época dorada. Así, el Parlamento Europeo votó recientemente a favor de la prohibición del aceite de palma como biocombustible, uno de los sectores que estaba haciendo crecer rápidamente a la industria. Curiosamente, tras toda la controversia, algunos sectores ecologistas han levantado la voz de alarma. Así lo aseguraba la Unión Internacional para la Conservación para la Naturaleza en un informe reciente en el que aseguraba que boicotear el aceite de palma sólo trasladará el problema medioambiental a otras latitudes.

Fuente: Newsletter Alimentación_El Confidencial